Todas las obras literarias reflejan, consciente o inconscientemente, la esencia de su creador. Publicada en 1912, dos años antes del inicio de la Gran Guerra, aquel conflicto ruinoso que terminara por obnubilar el espíritu europeo cultivado a lo largo de la belle époque, La muerte en Venecia parece satisfacer este principio: con su narrativa inteligente y delicada, construye un retrato semi-biográfico de su autor, el alemán Thomas Mann. Desde luego, brillante como es, el escritor trasciende al transferir a su personaje principal, Gustav Aschenbach, no sólo sus rasgos físicos, sociales y profesionales, sino también su mentalidad y su moral sobrias, poéticas, fantásticas. Así, la travesía realizada por el protagonista, absorto en una crisis creativa paralizante, no es sino el reflejo cristalino de la fuga espiritual que el mismo Mann emprende en aras de alcanzar un estado mental y literario superior.
De la novela en comento, se extrae un fragmento socarronamente metanarrativo:
«Para que una obra espiritual relevante pueda tener sin demora una incidencia amplia y profunda, ha de existir una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre el destino personal de su autor y el destino universal de su generación. Los hombres no saben por qué consagran una obra de arte. Pese a no ser, ni mucho menos, conocedores, creen descubrir en ella cientos de cualidades para justificar tanta aceptación; pero la verdadera razón de sus favores es un imponderable: es simpatía. En un pasaje poco conspicuo de su obra, Aschenbach había anotado sin ambages que casi todo lo grande que existe, existe como un ‘a pesar de’, y adquiere forma pese a la aflicción y a los tormentos, pese a la miseria, al abandono y a la debilidad física, pese al vicio, a la pasión y a mil impedimentos más. Pero más que de una simple observación, se trataba de una experiencia, de la fórmula misma de su vida y de su fama, de la clave para abordar su obra. ¿Cómo extrañarse, pues, de que esta idea moldeara también el carácter moral y la conducta exterior de los personajes más auténticamente suyos?»
Thomas Mann, La muerte en Venecia, trad. Juan José del Solar, Barcelona, Edhasa, 2006, p. 30.